¡Qué difícil es consolidar el hábito de la meditación!
Si estás leyendo esto, es muy probable que medites o estés tratando de hacerlo.
En mi caso, llevo cuatro años intentando meditar a diario y cuando ya creía que lo tenía incorporado en mi rutina pues llevaba más de ocho meses seguidos practicando la meditación una hora cada día… se me ha vuelto a escapar entre los dedos, como el agua o la arena que uno no logra retener.
Pero empecemos por el principio.
En el año 2011 fui a mi primer curso Vipassana. Llevaba un par de años con ganas de acercarme a la meditación ya que había leído en un montón de sitios los indudables beneficios que tiene, tanto por el bienestar que experimentan los que la practican como por los numerosos estudios científicos que lo demuestran. Por ello me apunté a un curso Vipassana sin saber muy bien lo que era. Pensé que en diez días de meditación constante aprendería seguro.
La experiencia fue como una bomba en mi vida, como cuando te vas a vivir a otro país, o te separas, o cambias de trabajo o de vida, la intensidad de lo vivido se pareció a la experiencia de la maternidad, algo que te deja completamente del revés. Ya he contado en otros artículos algunos de los aprendizajes que me trajo, además del mayor de ellos que fue el de la meditación en sí.
A la vuelta, me tomé la práctica muy en serio; cada mañana ponía el despertador una hora antes de cuando me tocara despertarme y meditaba, así varias semanas, pero luego venía un día en el que me acostaba más tarde de lo normal y me resultaba muy dura esa hora “menos” de sueño, y lo pongo entre comillas porque está demostrado que la hora de meditación tiene más beneficios que esa hora de sueño, pero para mi mente, el dormir cinco horas ese día se hacía muy cuesta arriba. Otro día tenía que coger un tren temprano, o en medio de la meditación me pedía algo uno de mis hijos… Entre unas cosas y otras, lograba como máximo meditar tres o cuatro veces a la semana. Pasaban los meses y se iba reduciendo la frecuencia, entonces, me apuntaba a otro Vipássana, y tras diez días de meditar doce horas por día lograba restablecer el hábito, aunque de nuevo, poco a poco, la vida cotidiana se iba colando entre las horas e interfiriendo con esa pequeña reserva de tiempo del amanecer. Creo que por eso cada vez tienen más aceptación técnicas de meditación moderna.
Así me sucedió durante más de tres años, hasta que creamos Comfort Meditation y tuve el primer prototipo del cojín; a partir de ese momento consolidé el hábito (yo creía que definitivamente), porque el cojín tiene una especie de “efecto nido”, me acogía cada mañana, me llamaba cual sirena y ¡¡he logrado mantener la práctica durante ocho meses seguidos por primera vez!! Me ha encantado y he notado una evolución muy intensa… pero terminó el curso escolar y con él llegaron las vacaciones de los niños, con el desorden en los horarios, los viajes, los cambios de rutinas… y he vuelto a descolocarme.
Esta vez me preocupa menos porque la práctica constante de estos meses me ha ayudado a trasladar la meditación a otras actividades del día, como los paseos por monte, la escritura, etc., que creo que es:
Y gracias a eso, intento vivir esta interrupción de la rutina, o más bien este traqueteo, porque va y vuelve, con alegría, sabiendo que es un proceso vital que poco a poco me va a acercando a una consciencia más plena, algo que palpo o intuyo pero que no sabría explicar con palabras…
A veces creo que, pese a que me dedico a escribir, la meditación transciende a las palabras y a las propias limitaciones de la vida.
Y tú, ¿has logrado consolidar tu práctica?
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